Por: Arailaisy Rosabal García.
Foto: Cortesía del entrevistado.
Soy cubana, nacida en los años ochenta, cuando Cuba y la URSS eran una; sin embargo, no conocía la historia de Piramida hasta que Stephen Hilyard nos las trajo a FIVAC en su obra Katyusha. Ciertamente, con un nombre así, adivina uno que “algo de soviético” hay en ella, pero sin mucho más. Es, por eso, que quienes se llegaron por estos días de Festival a la galería Alejo Carpentier, se detuvieron con minuciosidad a contemplar esta videoinstalación en tres canales.
Es así como muchos hemos descubierto ese pedazo de tierra, hoy en territorio internacional, donde la URSS puso a funcionar la mina más septentrional del mundo, devenida en toda una comunidad con aproximadamente mil residentes. Pero a finales de los años noventa del pasado siglo e lugar fue evacuado repentinamente, dicen que ante la rotura del sistema de calefacción. Se convirtió así Piramida en una de las llamadas ciudades fantasma del Ártico, pero con un estado de conservación increíble, que permite contemplar lo que fue la cultura soviética.
Con Stephen Hilyard conversamos, pues, en Cámara de papel, motivados por lo revelador de su obra y, claro está, por los lazos culturales entre cubanos y el antiguo campo socialista.
¿Qué significó presentar en Cuba una obra ambientada en el pasado soviético?
Una muy buena experiencia. Katyusha es una obra sobre una cultura totalmente diferente a la mía, así que la posibilidad de mostrarla acá, a gente con similar realidad, la redimensiona. El éxito de un proyecto depende mucho de la lectura de los públicos, y los cubanos, sé, entienden y se apropian de lo que narro tal vez, como lo hicieran los propios rusos.
¿Cómo llegó la historia de Piramida a Stephem, cuando, como usted mismo da a entender, pudiese parecer antagónico que un estadounidense recree una obra como Katyusha?
Fue pura casualidad. Estaba yo en un viaje cerca del lugar sacando fotografías de naturaleza. El último día, el barco en el que iba pasó frente a la isla, nos llamó la atención e hicimos una parada. Nunca antes había escuchado hablar de Piramida. Pero el sitio, tan bien conservado, y su historia, me parecieron fabulosos, y a los dos años regresé a filmar las primeras imágenes y terminé haciendo una obra que me satisface muchísimo.
Katyusha ha traído muy buenos saldos para Stephen. Ha participado en varios festivales, como el Slow Short Film Festival, en Reino Unido; en la Bienal de artistas de Wisconsin; en el Artist Forum Festival of the Moving Image, en Nueva York, e incluso en el Ukratze Film Festival; en los cuales ha recibido numerosos premios. ¿A qué se debe en su opinión ese éxito?
(Sonríe, con modestia, como quien cree que no es el más indicado para hablar sobre el tema, pero encuentra finalmente las palabras precisas) “Creo que ha sido resultado de la promoción que he hecho de la obra. A veces los artistas nos concentramos demasiado en la creación, y obviamos esa otra parte, cuando es el público quien le da sentido a lo que haces; cuando son sus lecturas, en dependencia de los contextos, lo que la logra trascender. A mí, por ejemplo, me fue muy gratificante que Katyusha fuese seleccionada para participar en un festival en Rusia, y que se llevara un premio. Fue, lo sé, resultado de la promoción”.
¿Y Stephen enseña también eso a sus alumnos? ¿Disfruta la docencia tanto como la creación artística o tiene alguna preferencia?
No concibo una sin la otra. Crear para mí es un proceso completo cuando lo enseñas a otros.
FIVAC viene a ser para Stepehn como la pérdida de la virginidad con el público cubano. ¿Qué le ha parecido el Festival? ¿Regresará?
Me ha impresionado muchísimo la importancia que le conceden en Cuba a la cultura. FIVAC ha sido un evento integral: hemos tenido videoarte, pero también música, danza, teatro. Los debates teóricos han sido muy enriquecedores, y el intercambio con los artistas, ni hablar. Camagüey es una ciudad para el arte, y el regreso, délo por seguro.