Por Claudia Otazua Polo
Foto: Rogelio Loret Mola
Javier estudió para profesor de Educación General Básica, allá por la época de Franco. Era la España de la dictadura y por problemas políticos, nunca llegó a ejercer esa carrera. Según él, tenía unas ideas un poco extrañas y le cortaron las alas. Por aquellos años, si no te caía bien Francisco, Caudillo de España por la Gracia de Dios, te podías buscar unos cuántos problemas.
Y vamos, solo hay que mirar a Javier para leerle en el rostro que “ideas un poco extrañas” no pasa de un cortés eufemismo, lo imagino un joven contestatario, rebelde, él lo ha dicho, siempre fue un poco canalla y atrevido… todavía lo es. Tiene unos 15 tatuajes en el cuerpo, un rockero en su alma cazallera y prefiere cortarse el cuello antes que imponer censura en los festivales que organiza, pero allá llegaremos más adelante.
De esta Isla lo que más disfruta es la gente, se la pasa por ahí dando guerra porque no consigue vivir sin viajar. En Cuba decimos que el machismo nos lo heredó la Madre Patria, en cambio, si este español no puede con el reggaetón es por sus letras sexistas, cree y defiende la libertad sexual en cualquiera de sus formas, ni en invierno se quita el sombrero, lleva 30 años en el mundo del cortometraje ¡y le sabe un mundo a eso!
Desterrado del salón de clases, su vida siguió por otros caminos, probó muchas y variopintas profesiones que van desde el disc jockey hasta el conductor, pasando por el hostelero. Todas y cada una de ellas le han dado el sustento necesario para dedicarse a lo que le gusta: la gestión cultural.
Desde su casa en Madrid armó el festival de cortometraje La Boca del Lobo, un espacio alternativo, independiente, underground, que cerró en 2012 con su labor cumplida. Ha sembrado semillas por todo el mundo y ha creado “un árbol increíble”. Si hoy existe FIVAC se debe, en gran medida, a esa experiencia.
En Soria nació Javier, una provincia con la misma cantidad de habitantes por kilómetros cuadrados que el Sahara y declarada por la Unión Europea zona desértica. “Es una región muy fría, la gente incluso a veces es fría, pero tiene su encanto, es una ciudad pequeñita, manejable. No es una plaza fácil, pero yo creo que es una ciudad con encanto.”
Apenas 35 mil personas viven allí, a 200 kilómetros de Madrid, en un sitio muy católico y de mucha sangre cultural. Hace once años ya, lo convocaron para organizar y dirigir el Certamen de Cortos de Soria, el que bajo sus cuidados alcanza tal prestigio y poder de convocatoria internacional que a veces los desborda.
“Soria, está muy dejada de la mano de Dios, pero nosotros desde el festival tratamos de aportar un granito de arena, de educar a través del cine.” Al final, no lograron cortarle las alas, no han conseguido malograr al maestro.