Por Claudia Otazua
Foto: Rogelio Loret de Mola
La señora Peterson no ha perdido la capacidad del asombro. Quizá porque toda ella es una sorpresa en sí misma, conserva las ilusiones de las almas jóvenes que recién descubren la vida. Perfectamente anglófono suena su nombre, BEVERLY PETERSON. La artista visual nació en Estados Unidos y como su país, está formada de muchos pedacitos de mundo: “Estoy hecha de varias personas que nunca conocí, de las que nunca supe, pero que forman parte de lo que soy.”
El descubrimiento de esas mixturas fue la fascinación primera de una Beverly que hasta los 12 años le parecía perfectamente coherente provenir de suecos y españoles. Como ya desde entonces disfrutaba explorar todo cuanto intuía desconocido, rastreó su historia hasta encontrar el origen cubano de su padre, quien, (¡vaya hallazgo!), nació y vivió en un pueblito llamado Bayate, muy cerca de Santiago de Cuba, tan lejos del frío del norte.
Años más tarde, una confesión de su madre le añadiría más sangre latinoamericana a su mezcla: “me dijo que por su parte éramos en verdad mexicanos, pero había tenido miedo de contarnos porque en los años 30 y 40 del siglo pasado EEUU deportó a mucha gente, incluso a los que ya eran ciudadanos americanos.”
La perspicacia acentuada por su formación periodística y la sensibilidad cultivada en el estudio de las bellas artes y la fotografía, forman en ella una simbiosis tan enraizada que jamás la ha sometido a cuestionamientos. Se huele en su obra esa comunión artística que la lleva a la búsqueda constante de nuevas plataformas para contar historias de una manera tan poética que logra convertir la realidad virtual en experiencia del espíritu.
Entre la realizadora audiovisual en perenne experimentación y la profesora estricta de la Escuela de Comunicación y Medios de la Universidad Estatal de Montclair, no existe división alguna, ambas profesiones vibran en ella con una misma pasión.
“Me apasiona enseñar, abrir puertas a mi estudiantes. Quizás ellos no lo entiendan al principio y piensen que soy rígida, pero tal vez en seis meses, un año o dos se den cuenta de que están atravesando por una de esas puertas que abrí para ellos. Soy una de esas personas afortunadas que pueden enseñar y a la vez trabajar en mis proyectos personales, eso lo disfruto mucho.”
Quien mire a Beverly, incluso quien la mire con detenimiento: la silueta espigada, la piel blanca sonrosada por los calores de abril, el pelo claro, la nariz afilada…no podría adivinar en ella los rastros de una herencia cubana. Quizás solo el castaño profundo de sus ojos, sus ojos y ese ímpetu desenfrenado por todo lo que toca, delatan la sangre latina que le recorre las venas a esta mujer de mixturas y pasiones.