¿Por qué hacemos FIVAC’21?
En este instante el mundo vive en medio de una grieta sísmica descontrolada donde pareciera que prioridades y compensaciones han subvertido su quietud secular. Sin embargo y a pesar de todas las señales adversas, el Comité Organizador del Festival Internacional de Videoarte de Camagüey se prepara para lanzar la convocatoria del evento. Es obvio que ya las circunstancias ni son ni serán las mismas -se instaura la nueva normalidad- pero las necesidades humanas (entendidas a partir del pensamiento de ese chileno iluminado llamado Manfred Max-Neef) mantendrán su cualidad inexorable y nosotros, todos nosotros, seguiremos estando ante el dilema de la creación o elección de los satisfactores apropiados. FIVAC es, sin dudas, un satisfactor; un satisfactor de esos que se instalan desde el hacer y pueden recorrer prácticamente todas las necesidades de carácter axiológico, descritas por Max-Neef: afecto, entendimiento, participación, ocio, creación, identidad y libertad. Por tanto, hacer FIVAC’21 es asirnos a un acto en el que podremos expresar emociones, compartir, investigar, cooperar, discrepar, dialogar, soñar, jugar, divertirnos, trabajar, inventar, establecer compromisos e integraciones, conocernos y reconocernos ante el otro, crecer, arriesgarnos, asumirnos, escoger.
Un argumento más, quizás menos racional, menos respaldado en teorías contemporáneas sobre el desarrollo humano, pero igual de válido para este grupo de personas que se angustia y subvierte, que sufre e insiste, que cae y no renuncia: FIVAC se ha ido convirtiendo en un espacio de protección, en una zona segura, en un ámbito en el que sus concurrentes entienden, asumen y respetan una ley no escrita que define los rostros del encuentro. Cerramos la muralla a la banalidad, al estereotipo, a la vulgaridad inmotivada, a la violencia como primera opción del fuerte y no como recurso desesperado del más débil; cerramos la muralla a vocingleros de turno que abogan por denuestos y fratricidios; cerramos la muralla a quienes no creen en la bondad, en la concordia, en la posibilidad de ser y estar para el otro antes que ser y estar como depredador del otro. Pero también abrimos la muralla; la abrimos al compromiso responsable con las ideas y la acción, a la vocación sincera de servicio; la abrimos para renovarnos con la virtud, la inteligencia y la esperanza de otros que como nosotros también necesitan un territorio, una geografía, un espacio último en el que no se haya perdido el sentido común.
¿Cuáles serían las mejores opciones para la realización de FIVAC’21?
Aunque algo podemos intuir desde la sistematización paulatina de una experiencia en ciernes, esta es una pregunta para oráculos y videntes. En primer lugar, será imprescindible la convicción de que es mejor reajustar que renunciar, aunque renunciar luzca infinitamente menos complicado que aferrarnos con pertinacia a cualquier proyecto. Esta convicción nos demandará creatividad, imaginación, pensamiento alternativo, vocación por la oblicuidad; nos obligará a buscar ahí donde pareciera que los recursos se agotaron. Reajustar es actuar desde las circunstancias, sin permitirles a estas que nos desdibujen las utopías.
Por tanto, las prácticas y soluciones para el reencuentro las iremos modelando por el camino con las sugerencias de muchos y las voluntades de todos. Convocaremos saberes diversos y, desde las múltiples opciones de las tecnologías para la comunicación, volveremos a tejer la gran trama de reflexión que tanto nos moviliza. “Uno de los aspectos que define una cultura es la elección de sus satisfactores” -dice Max-Neef, a lo que añade: “las necesidades no solo son carencias sino también y simultáneamente potencialidades humanas individuales y colectivas.” Y será precisamente la asunción de la necesidad como potencialidad nuestro mejor aliado en la tarea de encontrar alternativas. Presentaciones en streaming, videoconferencias, chats, recorridos virtuales, net-art y todo lo que pueda estar a nuestro alcance estarán en función de FIVAC’21.
En relación con las obras y las temáticas de debate, ¿esperamos algún cambio?
El arte es un tipo de reverberación muy especial de la realidad; han sido más que estudiados los vínculos ancestrales entre ambas nociones y aún continúan aportándose elementos a la discusión. Sin embargo, más allá de las filiaciones estéticas, conceptuales, filosóficas o de cualquier otro tipo, es difícil pensar un acto de creación al margen de la realidad, sobre todo de esa “realidad” que se escapa de los confinamientos liminales que lo conocido impone. Las convulsiones planetarias de los últimos meses ya han impactado la reflexión, la creación, la crítica, los modos tradicionales de circulación y del consumo del arte. Sin embargo, habría que tratar de ir más allá de los estremecimientos inmediatos y de las cifras que han perdido, por insólito que parezca, la fuerza de la devastación que describen. Habría que indagar a nivel de sistema, a niveles estructurales de una torre babélica signada por la ininteligibilidad.
En el mundo de hoy, la comunicación entre las personas tiende más y más al empleo de mediadores alienantes de muchas de las cualidades del acto mismo de la comunicación; el cara a cara se va diluyendo en un “cara a pantalla”, en un “cara a cámara”, en un cibercontacto sin contacto, en una desestimulación de todos los sentidos que un día intervinieron en una conversación cualquiera entre nuestros abuelos. Hoy, casi todo se resume en un perfil, en datos y metadatos; hoy aquel líquido espejo de Narciso se ha convertido en la pantalla HD de un dispositivo móvil, sin que por ello se haya disipado un ápice la autocontemplación ensimismada de quien no pudo mirar más allá de su propia imagen y de quien tampoco quiso escuchar ni siquiera un Eco. Es difícil aceptar que hayamos avanzado tan poco en nuestra filogenia aun cuando nuestros entornos hayan ido desde las cavernas paleolíticas hasta la arquitectura biónica. Por tanto, el arte se asomará -ya lo ha hecho- a las nuevas pulsaciones de la aldea, pero primero necesitará buscar respuestas para entonces poder formular las verdaderas preguntas; el resto será coqueteo de ocasión.
El Festival Internacional de Videoarte de Camagüey lanzará su convocatoria a creadores, críticos, curadores e investigadores para retomar un compromiso que nos une hace más de una década. No perder el día por esperar la noche y la noche, por miedo al amanecer, nos lo enseñó Séneca hace siglos. Renunciar antes del desafío es desmerecer la propia oportunidad de enfrentarlo, y eso también lo sabemos. Así que, en solo algunos meses, en el próximo abril, esta ciudad legendaria, de calles estrechas y corazones anchos, volverá a ser testigo (real o virtual) de la manera más martiana de servir: pensar; pensar desde la obra, pensar desde la palabra, pensar desde la convicción innegociable de ser, estar y hacer para todos los que lo necesiten.
Why are we doing FIVAC’21?
At a time when the world seems to be driving on an uncontrolled fault line where priorities and compensations have subverted their centuries-old stillness, the Organizing Committee of the International Video Art Festival of Camagüey is gearing up for the next edition of the festival. Needless to say that the circumstances are no longer —nor will ever be— the same; the new normal has taken over, but human needs (as represented by the enlightened thinking of the Chilean-born economist, Manfred Max-Neef) remain inexorable as we continue to stand before the everlasting dilemma of designing and/or selecting the appropriate satisfiers. FIVAC is, without question, a satisfier; a satisfier of the need for doing, but also of all axiological needs as described by Max-Neef: affection, understanding, participation, idleness, creation, identity and freedom. Hence, doing FIVAC is to seize an act of expressing emotions, sharing, searching, collaborating, dissenting, dialoguing, dreaming, playing, having fun, working, inventing, making commitments and integrations, getting to know and recognizing each other, growing, taking chances, accepting ourselves, making choices.
On the other hand, there is perhaps one less rational reason —one that is not found in contemporary theories about human development— that drives us to do FIVAC, a reason that is equally valid for this group of people who gets distressed and subverts, suffers and insists, falls and refuses to cave in: FIVAC has increasingly become a space of protection, a safe zone, a place where its participants understand, assume and abide by an unspoken rule that defines the shapes of the gathering. We close up the wall to banality, stereotype, unfounded vulgarity, violence as the go-to choice of the strong and not as the desperate resource of the weak; we close up the wall to the arrogant, deceiver, and blowhard of the moment who advocates for insults and fratricides; we close up the wall to those who do not believe in kindness, in harmony, nor in the possibility of existing and being there for others instead of preying on others. But we also open up the wall; we open up the wall to the responsible commitment to ideas and actions, to the honest vocation of service; we open up the wall to renew ourselves with the virtue, the intelligence and the hope of others, who, like us, are in need of a space, a geography, a piece of land still inhabited by common sense.
What are the best options for doing FIVAC’21?
This is a question for oracles and fortune tellers, but something can be sensed from the gradual organization of an emerging experience. First, there is the absolute conviction that adjusting is better that quitting, even though quitting may be far less complicated than holding on to any project. Our conviction will require creativity, imagination, alternative thinking, vocation for obliquity; it will force us to look into places where resources are apparently exhausted. Adjusting means acting according to the circumstances, not allowing them to blur our utopias.
Therefore, we will be shaping practices and solutions along the way, implementing the suggestions of some and the will of all. We will gather the knowledge of everyone and rely on communication technologies to knit the giant web of reflection that mobilizes us all. In the words of Max-Neef, ‘one of the aspects that define a culture is its choice of satisfiers’; he then adds, ‘needs not only indicate deprivations but also, and at the same time, individual and collective human potential.’ It is precisely the assumption of needs as a human potential our greatest ally in the task of finding alternatives. Live streaming of presentations, video-conferences, chats, virtual tours, net-art and everything else within our reach will be part of FIVAC’21.
Should we expect changes in artworks or themes in the professional program?
Art is a sort of special reverberation of reality; the ancestral links between both notions have been more than studied; still, new elements have increasingly come up for discussion. Nonetheless, beyond aesthetic, conceptual, philosophical and any other kind of filiation, it is difficult to think of an act of creation outside of reality, that ‘reality’, in particular, that escapes the liminal confinement imposed by the known. The global unrest of the last few months has made an impact on reflection, creation, criticism and traditional ways of art circulation and consumption. We should, however, attempt to go beyond immediate shudders and figures that —as implausible as it may seem— have lost the true meaning of the devastation they represent. We would have to look deeper, at a system level, at the structural level of a tower of Babel marked by unintelligibility.
In today’s world, communication among people sees an increasing use of alienating mediators of many of the attributes of the act of communication; ‘one-to-one’ conversations fade away into ‘one-to-screen’, into ‘one-to-camera’, into a ‘cyber-contact’ without physical contact, into a lack of stimulus for the senses that were once part of a conversation between our grandparents. Today, nearly everything comes down to profiles, data, and metadata; today, the liquid mirror of Narcissus has turned into an HD screen in a mobile device, while keeping everyone self-absorbed in their own reflections, not being able to look beyond their own image nor even willing to listen to an Echo. It is hard to accept that our phylogeny has evolved so little, when our context has gone all the way from paleolithic caves to bionic architecture. And so, art will peer —it already has— into the new beats of the village, but it will first need to find answers to be able to pose the true questions; anything else will be merely casual flirting.
The International Video Art Festival of Camagüey will call creators, art critics, curators and researchers to resume a commitment that has bound us together for over a decade. As Séneca so well taught us centuries ago, we cannot ‘lose the day in expectation of the night, and the night in fear of the dawn.’ We are aware that to quit before the end is to devalue the opportunity of facing the challenge. Next April, this legendary city of narrow streets and vast hearts will become a witness (real or virtual) of the most Martí-inspired way of serving: to think; to think from the piece of art, to think from the word, to think from the firm conviction of being —in every sense of the word— and doing for all who need it.