Por: Arailaisy Rosabal García.
Conversar con Teresa Bustillo puede ser agotador. No por lo extensas que son siempre sus palabras, sino porque las dice con tanta exactitud y tanto sentimiento, que obliga a su interlocutor a seguirlas sin el más mínimo despiste; y porque tiene esa tremendísima capacidad de involucrarte en ellas, y hacerte reflexionar con cada una.
Al menos así ocurre si el tema es sobre arte, y mucho más, si el motivo es ese pedazo imprescindible de vida en el que se le ha convertido el Festival Internacional de Videoarte de Camagüey. “Una especie de hijo, o de marido, o de padre; una figura a la que adoras, pero sumamente demandante y poco indulgente”, esa es, en esencia, su contestación a la interrogante de cuánto le ha aportado el FIVAC en lo profesional y lo personal.
Pero como es de suponer no fue ese el inicio de nuestro diálogo, sino el final; la clásica interpelación con la que cierras una entrevista en la que ningún mérito tiene el qué o cómo preguntas, sino sus respuestas. Y como demostrado está que el orden de los factores no altera el producto, comienzo por lo que fue el epílogo de la conversación, pero el prólogo necesario para entender su apasionamiento.
TB: Recuerdo que un día iba yo en mi bicicleta 20, por una de las calles de Camagüey y Santana (Jorge Luis Santana) me paró y me dijo: tengo pensado hacer un festival de videoarte, y estoy convocando a algunos “socios”; nos vamos en reunir en mi casa para “cocinar” el asunto; y así fue. En el primer encuentro estuvimos varias personas, muchas de las cuales ya no están en la ciudad; y yo no sé qué fue lo que hizo Santana, o si fue Diana (Diana Pérez, su esposa), que preparó un brebaje y nos hipnotizó a todos, pero salimos de allí convencidos de la idea. Si digo que en aquel momento yo sabía lo que era el videoarte, estaría mintiendo brutalmente; tenía una idea vaga de lo que había sido Fluxus, Nam June Paik, conocimientos preliminares de un tema del que no me había ocupado jamás. Por tanto, lo primero que me ha aportado FIVAC es exigirme como profesional del arte. Yo soy una persona antes de FIVAC y otra después, en términos profesionales.
Con FIVAC he aprendido a trabajar con gente muy inteligente, que tiene muchas horas de vuelo en estos menesteres; con gente que sabe lo que hace y lo que quiere, y por tanto he tenido que estudiar mucho, he tenido que familiarizarme no solamente con las sensibilidades artísticas de todas las latitudes, sino también comprobar que todos los días es útil aprender algo. Y lo digo sin retórica: lo que yo he tenido que aprender en función de FIVAC ha sido porque FIVAC me lo ha exigido.
En términos humanos, es de una significación también alta, porque gracias al Festival he podido conocer a muchísima gente que aprecio, ya no por su competencia, sino por ser buenas personas, que es algo que abunda poco últimamente; personas que dejan relaciones de amistad de por vida, con los que se crean lazos que van más allá de la convergencia criterial respecto a un tema; lazos que se acercan a las empatías, a las vibraciones, que emparentan, involucran, de una manera irreversible.
Es por eso que cada día le doy gracias a Santana por aquella irrupción en la calle en el ya lejano 2008, para invitarme a aquella reunión loca, alucinada, fuera de cualquier pronóstico, para hacer un festival de videoarte. Hubiera dicho mi madre: aquellas aguas trajeron estos lodos.
¿Que cuáles, según Teresa, han sido sus méritos en diez años?
FIVAC tiene méritos insoslayables. El primero de ellos es existir, o más que eso, ser, por lo que significa hacer un festival con las características que tiene el nuestro, en un lugar fuera de La Habana, es, a veces kafkiano, a veces de ciencia, ficción, a veces surrealista, a veces expresión de una obstinación voraz.
La pregunta entonces debe ser cómo hemos logrado seguir siendo. Yo creo que hemos tenido la valentía, probablemente la audacia, de no renunciar al riesgo que se corre en cada Festival, y hemos tratado todo el tiempo de atemperarnos al momento particular en el que se hace FIVAC. Pudiera parecer que en dos años el contexto no ha cambiado, pero sí lo hace, y muchísimo, en términos económicos, sociales, y, sobre todo, en términos culturales. Por tanto, FIVAC intenta ser en cada edición un fenómeno cultural contextualizado; nunca no ha querido ser un festival de gabinete, para las minorías que se complacen en el autobombo.
FIVAC surgió en las plazas Camagüey y estuvimos en plazas durante las cinco primeras ediciones. Después de la primera, escribí en un texto que me había quedado con la impresión de estar asistiendo a la pérdida de la virginidad audiovisual de todo aquel público que se enfrentaba por primera vez a un videoarte, porque sabemos que el mundo audiovisual para las grandes mayorías es castrante: mientras más banal, más superficial, mejor. Sumir a las grandes masas en un aletargamiento es uno de los propósitos que bien consigue el mecanismo del audiovisual contemporáneo; el hábito y la necesidad de pensar se han anulado completamente. Y yo me detenía en los rostros de aquellas personas de toda índole, y era como asistir a la pérdida de la virginidad; me imagino que era la misma sensación de Colón cando llegó a América: la de descubrir. Ese ha sido uno de los grandes méritos de FIVAC: no renunciar a la posibilidad de ser una alternativa a la ola de tontería que pulula en la inmensa mayoría de la audiovisualidad contemporánea.
Por otra parte, desde el primer Festival tuvimos muy claro que era necesario no solo mostrar obras, sino crear un espacio para la reflexión sobre estas y los problemas del arte contemporáneo. Así surgieron las sesiones teóricas, que han sido siempre muy celosas en su adjetivo “teóricas”, lo cual se traduce en rigor académico, teórico, investigativo, que invita a curadores, galeristas, investigadores, profesores, con competencias. No en vano mucha gente repite, porque sabe que en FIVAC encuentra una experiencia enriquecedora no solo en términos de obras de arte, sino también en términos de reflexión.
¿Existir, y ser como son, es muy difícil?
Lleva voluntad, trabajo, entrega, energías, disciplina, rigor, sentido de la profesionalidad. En FIVAC nos dejamos la piel en el camino. Pudiéramos existir como un festival menos riguroso, menos pendiente de la cultura del detalle, menos procurador de lo impecable, pero eso no nos gusta; entonces, existir y ser en esa existencia como somos, es muy difícil. Pero la alegría de la gente cuando se encuentra en Camagüey, las relaciones que se hacen y los compromisos que quedan, las lágrimas de la gente cuando se despiden…son cosas que nos sirven como una especie de bota en el cuello para hacerlo mejor.
¿Qué hace FIVAC para, aun cuando mantiene su estructura, generar ideas nuevas cada año?
Lo consigue porque se lo propone. No es, lógicamente, el resultado de un campo de batalla noble; en lo absoluto. Es el resultado de lides complicadas, de las que no siempre salimos airosos, pero hasta el momento, la guerra, sí la hemos ganado; porque el saldo, la ganancia, el desafío, el reto, lo que conseguimos, en definitiva, son mayores que los inconvenientes.
La idea de hacer algo nuevo en cada evento siempre está. En ese sentido, Santana es el gran inspirador, es una máquina de generar ideas; las grandes ideas de FIVAC son de él. Yo me siento una implementadora de eso.
¿Y La Próxima Resistencia? ¿Qué tiene en cuenta Teresa a la hora de implementar este “santaniano” espacio metacuratorial? ¿En seis ediciones del proyecto, cuáles han sido las ganancias?
La selección de un proyecto es una negociación ardua y enriquecedora para ambas partes. Ardua porque en muchas ocasiones a los curadores no los conozco previamente, y las conversaciones, las puestas de acuerdo, son lentas. Pero hay algo que tengo claro, y es que es imposible para mí abarcar la comprensión total, cabal, absoluta, de todas las perspectivas de todos los curadores, y prefiero entonces otorgarles el beneficio de la duda, y confiar en que detrás de esa propuesta puede haber una intención tan válida como otra. Veo las obras, las tesis curatoriales, el currículo del curador, los artistas convocados; o sea, me adentro muy paulatinamente en cada proyecto, siempre con la premisa de no cerrar las puertas a priori; lo que llamo el principio de la inclusión, porque el arte es uno de esos terrenos en los que la verdad absoluta no va a poder ser dicha nunca.
Después, intento pulsar que el curador, y yo también, asimilemos al otro, sus visiones, sus intereses, porque Próxima Resistencia es un espacio de diálogo, primero entre los curadores y nosotros, y luego entre los propios proyectos.
De hecho, su primer mérito es existir como plataforma metacuratorial, porque el hecho de concebir un espacio para que coexistan en él proyectos curatoriales sumamente diversos, es un riesgo que corremos constantemente en cada edición. Una curaduría siempre es resultado de la visión personal de su curador, de las expectativas de ese curador, de los criterios profesionales con que mira el arte; por tanto, hacer coexistir en ocasiones hasta 22 y 23 proyectos en un mismo espacio, siempre implica el riesgo de una heterogeneidad que puede ser insalvable. Sin embargo, esa propia pluralidad le ha aportado a La Próxima Resistencia una tremenda ganancia: que no se agota, que está en reverdecimiento permanente.
Otro saldo tiene que ver con la posibilidad de que esos curadores se conozcan entre sí; en muchas ocasiones se conocen en FIVAC y no han sido pocas en la que hemos servido como espacio de conciliación entre ellos para el surgimiento de nuevos proyectos. A nosotros, tanto a FIVAC como evento como a La Próxima Resistencia, nos alegra sobremanera ese tipo de alumbramiento, porque estamos sirviendo como espacio propiciatorio para otras perspectivas sobre el arte; y eso es vital.