Conversación con Oweena Camille Fogarty, artista, investigadora y profesora participante en el 8vo. FIVAC.
Por: María Antonia Borroto.
Foto: Diana Ros Iraola.
Si México le produjo un giro de 180 grados en su comprensión a propósito de los procesos de la vida y de la muerte, otro tanto significó para Oweena Camille Fogarty su descubrimiento de Santiago de Cuba. Allí llegó en 1992 para participar en el Congreso sobre la Muerte, efectuado en el Festival del Caribe.
Y en Santiago, conocer al espiritista cruzado Mariano La Rosa Duharte le permitió no solo descubrir la riqueza espiritual del mundo afrocubano, sino también lo que ella define como un “reconocimiento de la mirada.” No tuvo una explicación en ese instante, esta le llegaría mucho tiempo después, gracias en buena medida al libro Ireland Slavery and Anti-Slavery: 1612-1865, de Nina Rodgers, Profesora Emérita de Queen’s University, el que muestra una realidad terrible: la presencia de esclavos irlandeses en el ámbito del Caribe. Al leerlo supo que ella y Mariano estaban unidos por una circunstancia común, pues sus ancestros también lo habían estado. Tal vez, dice, estaban todos, en momentos más o menos similares, en barcos también más o menos similares y con un mismo destino: ser esclavos en el Caribe.
Saberlo ratificó lo que ya era una certeza: la unidad primordial entre los seres humanos y también entre lo sagrado y lo profano, entre lo material y lo espiritual. Tal equilibrio peligra, pues —según cree—, el mundo sagrado se va desvaneciendo paulatinamente, hasta el punto de casi una extinción. Y estar allí, en Santiago, en las tantas casas templos que visitó en aquel primer momento y luego entre 1996 y 2001, cuando pudo hacer abundante fotografía documental, la llevaron a plantearse como desafío la inserción de la energía vital en los códigos del arte contemporáneo.
Como una construcción de sedimentos, trabajo casi arqueológico, define su propia obra y, de hecho, su vida. “Ni una brizna de debilidad se puede tener al asumir un trabajo tan complejo”, asegura, al tiempo que rememora las dificultades durante la investigación que condujo a su doctorado en Ciencias sobre Arte en la Universidad de Oriente. Siendo en un principio puramente intuitiva e incorporando sobre la marcha los principios de la investigación científica, logró tender puentes también entre la Universidad de Oriente y las prácticas rituales en Santiago de Cuba.
Pero se trata, insiste, de ir siempre más allá: “lograr desatar esos nudos energéticos que nos atoran en la negatividad. Es el trabajo del artista hacerlo, es un trabajo simbólico, pero cuando tienes mayor conocimiento ya no es tan simbólico: lo haces como algo real. Así lo asumo yo”.
Es el caso de una investigación iniciada en 2010 al saber de una calle en Ciudad de México llamada “Mártires irlandeses”. Sus indagaciones la llevaron hasta el Batallón de San Patricio, comandado por John O´Reiley e integrado por irlandeses que en un inicio luchaban junto a las tropas estadounidenses en la guerra con México. En la medida en que el conflicto avanzó, estos hombres que salieron de Irlanda huyendo de la hambruna para terminar siendo muy maltratados en los Estados Unidos, decidieron unirse a las huestes mexicanas. Tras la derrota en Churubusco, la mayoría fueron ahorcados en Mioxcoac y San Ángel, y los sobrevivientes debieron llevar en lo adelante, por una deserción que en realidad no era tal, una “D” en su rostro.
“Sangre sobre la rueda”, la videoinstalación preparada por Oweena para este FIVAC, se acerca a esos sucesos y los conecta con otras guerras más actuales. Se trata de un mismo dolor, una misma desazón, aspectos desestimados por los videojuegos que instan a matar. Las imágenes en video están acompañadas por fotografías en placas fenólicas —usadas por la artista por su tremendo potencial energético— y ayudan a sentir la presencia espectral de objetos relacionados con los hechos, díganse un revólver usado durante las sublevaciones campesinas en Irlanda —atesorado en el Museo de la Hambruna, ubicado en Strokestown, a unos 150 kilómetros de Dublín, Irlanda—, unidos otros a la ciudad de Saltillo, cercana al escenario bélico en México en aquel entonces y signada todavía por la violencia.
Una de las más sobrecogedoras imágenes es precisamente la pistola colocada encima de un ejemplar de British Empire, juego familiar muy parecido al monopolio, que se encontraba en el Museo de la Hambruna. Al recorrerlo junto a las guías fue seleccionando las piezas que luego combinaría para posteriormente fotografiar. Su procedimiento de trabajo puede parecer muy sencillo, pero no lo es: llegar al lugar y tras un diagnóstico, hacer el emplazamiento de los objetos, el que deviene un emplazamiento también energético que busca abrir el axis mundi.
Otra de las imágenes muestra balas del Ejército Republicano Irlandés, IRA. Recuerda que ese día en el museo de pronto el sol las iluminó, fosforescencia captada por la cámara. Ella trabaja con un equipo muy sencillo, toma las imágenes en celuloide y luego las digitaliza para posteriormente imprimirlas. Un fragmento del árbol donde fueron ahorcados los irlandeses, una imagen tomada en Saltillo en la actualidad —que muestra el nuevo rostro de la dominación— y otra captada en un cementerio irlandés dieron lugar a las bellísimas fotografías que contemplaremos desde el miércoles en la galería Alejo Carpentier.
Aún resuenan en mí los versos del poeta chicano Luis Felipe Herrera que dan nombre a la videoinstalación de una artista que asegura que “no tenemos tiempo para estar contemplando la luna: estamos en tiempos críticos”, para acto seguido preguntarse: “¿Qué hacemos tomando fotos bonitas? O te pones a reflexionar hondamente en tu situación o no tienes nada que hacer aquí. Muchos de esos fotógrafos que toman imágenes supuestamente típicas de muchos lugares, incluidos los pueblos originarios de América, lo hacen desde la carretera; sin embargo, por las circunstancias de México, se pretende ver en su trabajo la representación del país”.
Oweena, que articula en su obra la antropología para trascenderla con un discurso asentado en una profunda visión religiosa, se siente una extranjera: “No tengo país. Yo soy foránea. Yo soy de fuera en Estados Unidos, de fuera en México, de fuera en Irlanda y de fuera en Cuba”.
Hacer esta obra tuvo el valor de una purificación, necesaria tras tanta sangre derramada. “Sangre en la lata, en el grano de café, / en la Oración de la maquila, / sangre en el lenguaje, en el texto sabio, / sangre en la web de frontera, la colonia penal derramada, / en el patio bilingüe”, como rezan los versos de Luis Felipe Herrera.