Por: María Antonia Borroto.
La maldición del agua por todas partes: el verso de Virgilio Piñera parece ser una atadura fatal que condena aun antes de su nacimiento cualquier intento de ir más allá de los límites físicos. Pero no es la insularidad geográfica nuestra única maldición: la gente gusta de encerrarse en sí misma, en sus pequeños universos, más menguados cada vez…
El Festival Internacional de Videoarte logra destruir esa doble insularidad: nos conecta con el mundo y también entre nosotros mismos. La ruptura de los límites físicos es, entonces, una de las mayores ganancias de cada FIVAC.
Jorge Luis Borges decía que la lectura permite trascender el aquí y el ahora al que parece reducida cualquier vida humana. Para Italo Calvino saber leer es “saber adueñarse de aquella mirada particular que el escritor echa sobre el mundo, y que enriquece la manera de mirar de todos nosotros”. Ambas ideas se complementan y son perfectamente aplicables a este festival que obstinado —gozoso, maduro, crecido— llega cada dos años para demostrar que Camagüey es más que tinajones panzudos y polvorienta tradición.
Esa prodigiosa síntesis entre arte y tecnología —tal vez uno de los más importantes signos de las culturas contemporáneas— tiene una de sus mejores expresiones en la videocreación: posibilidad de nuevos registros y de asociaciones insólitas, trasvasamiento de géneros y tendencias, desafío intelectivo y sensorial. Es, quizás, la realización más perfecta de la llamada obra abierta: reconocimiento del poder creativo y fecundante de la percepción artística, de ese completamiento de sentidos a que nos invita, muy modestamente, cada creador.
Más allá del número de obras, de la cantidad de países participantes, de las conferencias —siempre con altísimo nivel teórico— guardo en mi fuero personal, como ganancia mayor, esa apertura de la mirada, mi mirada. Porque eso es FIVAC: un espacio que habla al ser íntimo que somos, que al tiempo que nos permite reconocernos como islas nos invita al salto, salto gozoso en el que puede sentirse el aire en la cara y el vértigo de lo desconocido: la aventura.